República Dominicana jamás ha sanado completamente sus heridas luego de ese conflicto que acabó con la vida, según estimaciones de historiadores, de cinco mil personas; entre civiles y militares.
Y aunque Hernando Ramírez fue el primero en comunicar hace 53 años las intenciones de exigir el regreso a la Constitución de 1963, fue el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez el verdadero ideólogo de la revuelta que cambiaría la historia del país.
El dirigente político y combatiente constitucionalista, Rafael “Fafa” Taveras, definió aquel episodio como el acontecimiento de más trascendencia en la historia republicana y el mayor hecho del siglo XX.
“No hay antecedentes de una acción de esa categoría, con un fin tan concretamente democrático. Se caracterizó por el hecho de ser la más estrecha relación entre los militares y el pueblo, no hay antecedentes, jamás se ha visto eso. Fue una manifestación de mucha responsabilidad ciudadana ya que la gente nunca abandonó la zona constitucionalista”, sostuvo Taveras.
Pasado el mediodía de ese sábado soleado, el general Marcos Rivera Cuesta yacía prisionero junto a otros militares de alto rango en la cárcel del campamento militar “16 de Agosto”, a 27 kilómetros de la ciudad capital. Y al mismo tiempo, un reconocido locutor y joven político de la emisora Santo Domingo, de nombre José Francisco Peña Gómez, llamaba al pueblo a lanzarse a las calles para apoyar a los insurrectos.
Reid Cabral, quien encabezaba el Triunvirato, había ordenado toque de queda nacional y emplazaba a los militares rebeldes a rendirse.
“De no acceder al llamado, tropas leales al Gobierno cumplirán con su deberÖ”, había expresado el triunviro en su mensaje de advertencia ante la nación.
No obstante, tanto el cuartel militar “16 de Agosto” como el “27 de Febrero”, además del apoyo de la mayor parte del pueblo dominicano, terminaron de desmoronar en menos de 24 horas al Triunvirato de Reid Cabral y Cáceres Troncoso.
Tras el derrumbamiento del gobierno de facto, asciende al poder una gestión provisional encabezada por Rafael Molina Ureña, quien pasó a posicionarse para servir de transición al retorno de Bosch que estaba exiliado en Puerto Rico.
Una facción militar encabezada por el general de brigada Elías Wessin y Wessin objetaba tales fines, lo que desencadenó en la cruenta Guerra de Abril.
Durante tres largos días, hombres, mujeres y niños se colgaron un fusil al hombro, se armaron hasta con piedras para defender los ideales que entendían correctos. Madres de militares congestionaban las emisoras con llamados de concienciación a sus hijos para hacerlos recapacitar y que estos se cambiaran al bando constitucionalista.
Molina Ureña y parte de su gabinete acudieron al embajador estadounidense en el país, William Tapley Bennett, para negociar una solución a la grave situación que padecía la nación. La respuesta del diplomático fue contundente y desconcertante: “Ustedes no están en disposición de negociar sino de rendirse”. Inmediatamente el presidente interino renunció en conjunto con sus colaboradores asilándose en la embajada de Colombia, cuando la victoria de Wessin era inminente, un coronel desconocido le replicó al emisario norteamericano: “Disculpe señor embajador, pero seguiremos la lucha pase lo que pase”...
El ultraje a la soberanía
Aquel grito de guerra que motivó a los constitucionalistas, emanó del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, quien provenía de una familia de militares; este se dirigió al puente Duarte para cerrar el camino a las tropas de Wessin que se dirigían a la capital, que en efecto, con la ayuda del pueblo y los militares que deseaban el retorno de Juan Bosch vencieron indiscutiblemente el avance de “los leales”, como también se autoproclamaban los hombres de Wessin.
El 28 de abril del mismo año, cuando la revuelta se había convertido en una victoria popular, el presidente de los EE.UU., Lyndon B. Johnson, declaró en un discurso que “Estados Unidos de Norteamérica no permitirá que un Estado comunista se posicione en el hemisferio occidental, evitaremos a toda costa que República Dominicana se convierta en una segunda Cuba”, y como siempre, con el pretexto de proteger ciudadanos norteamericanos residentes en el país, 42,000 soldados e infantes, así como una flota de por lo menos 40 buques de guerra, fueron enviados al país para intervenirlo.
Francisco Alberto Caamaño Deñó se convirtió en el líder indiscutible de la revolución de abril, y fue nombrado presidente constitucional por el Congreso, por instrucciones de Bosch, desde el exilio en Puerto Rico.
LA DEFENSA UN ESFUERZO POR LA PAZ
La imposición de un gobierno títere y paralelo al de los constitucionalistas, con influencias estadounidenses, liderado por Antonio Imbert Barrera, agudizó la matanza de dominicanos por las escaramuzas que se extendieron hasta septiembre.
La guerra terminaría con la firma del Acta Institucional, auspiciada por la Organización de Estados Americanos (OEA), rubricada por Imbert Barrera y Francisco Alberto Caamaño Deñó, para alcanzar la paz y el entendimiento, tomando juramento el 3 de septiembre como nuevo presidente interino, Héctor García Godoy, poniendo fin a la revuelta que habría iniciado el 24 de abril de l965.
53 AÑOS
Entrega. Miles de ciudadanos, incluyendo de otras nacionalidades, ofrendaron sus vidas en las calles de Santo Domingo, luchando por la reposición del profesor Juan Bosch, derrocado el 25 de septiembre de l963, con apenas siete meses al frente de los destinos del país.
La intervención estadounidense frustró esas esperanzas y la población exigió la salida de los soldados que pisotearon el suelo patrio el 28 de abril de l965.
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