De una de esas precarias estructuras sale una mujer vestida de impecable blanco, algo sorprendente en ese entorno polvoriento y sin acceso a agua corriente.
Va de luto, tocada con un sombrero negro, y se dirige, como muchos haitianos en estos días, a un funeral por una de las víctimas del terremoto. De hecho, es frecuente toparse con coches fúnebres a lo largo del camino.
Continuar esa senda supone un reto, incluso una temeridad para los conductores, sobre todo en el caso de camiones y autobuses, ya que la carretera, asfaltada pero muy agrietada y mordida, discurre por la ladera de una montaña que ha sufrido importantes desprendimientos.
Circular por ahí constituye casi un acto de fe que los conductores y pasajeros locales parecen asumir sin problema, según se deduce del tránsito de grandes vehículos cargados de personas, aunque son sobre todo motocicletas lo que hay en el camino.
Y es que desde el día del terremoto, las réplicas han sido constantes y no dejan de sacudir la región, con el peligro de que se produzcan nuevos derrumbes.