Durante unos 35 largos segundos, un terremoto de magnitud 7 transformó la capital, Puerto Príncipe, y las ciudades cercanas de Gressier, Leogane y Jacmel en ruinas polvorientas, matando a más de 200.000 personas e hiriendo a otras 300.000.
Más de 1,5 millones de haitianos quedaron sin hogar, dejando a las autoridades de la isla y a la comunidad humanitaria internacional ante un desafío colosal en un país que carece de un registro de tierras o de reglas de construcción.
Ante el desastre cientos de ONG y varios países del mundo volcaron su mirada hacia el país para enviar allí ayuda humanitaria.
Once años después, Haití sigue siendo una de las naciones más pobres del mundo, sumido en continuas disputas políticas y sin una institucionalidad con la capacidad de superar el desastre de 2010.
La ayuda humanitaria palió la situación inmediata de emergencia en el país, pero no logró cambiar las estructuras políticas y la empobrecida economía. Dejó, además, cientos de denuncias de pobladores locales sobre presuntos abusos sexuales de trabajadores de ONG.
Los casos más emblemáticos hasta el momento son los que investigan presuntos abusos de trabajadores de la ONG Oxfam así como de los militares que integraron la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah).
102 trabajadores de la ONU perdieron la vida en el terremoto.
El devastador terremoto era imposible de predecir, pero había indicios de que la zona es susceptible a movimientos telúricos que en medio de la empobrecida infraestructura podían ser catastróficos.
Haití recuerda este martes un terremoto que evidenció la crisis de un país sumido en condiciones similares de pobreza a las de hace una década que le agravaron el impacto del terremoto.