Una guerra cruel devora a Trump y a la prensa
Un presidente desgastado, con la popularidad más baja de la historia reciente de la Casa Blanca, ficha a un admirador como nuevo director de Comunicación


Si está dicho y escrito que en las guerras la primera víctima es la verdad, la que libran el actual presidente de Estados Unidos y los medios de comunicación más críticos ha convertido el paisaje político-mediático en un campo de minas en términos de fiabilidad. Una polarizada sociedad norteamericana, caldo de cultivo para que el ambiente informativo se haga irrespirable, asiste atónita a un cruento choque entre la Casa Blanca y buena parte de los medios.


Una guerra de desgaste entre el presidente Trump y, fundamentalmente, los diarios «The New York Times» y «The Washington Post» y los canales de televisión MSNBC y CNN, que reparte beneficios y pérdidas por igual. El presidente menos valorado de la historia reciente, que ni siquiera llega al 40% de aprobación (39,8%, según la media de RealClearPolitics), apela al granítico respaldo de sus fieles. Los medios, necesitados de audiencia y suscriptores, se aferran a la llamada trama rusa, la presunta conexión del presidente con el Kremlin durante la campaña electoral, hoy bajo investigación, para explotar su pequeño Watergate.


La continua erosión ha llevado a Trump a dar un golpe de timón, relevar a su portavoz, Sean Spicer, y situar al frente de la comunicación de la Casa Blanca a Anthony Scaramucci, un agresivo financiero de Wall Street que, por encima de todo, es un declarado admirador del presidente. Lo que augura más pasión… y más batalla.

Hasta ahora, en el intercambio de golpes, la propaganda y sus sucedáneos han campado a sus anchas. Desde la Casa Blanca se lanzan filtraciones para confundir a los medios y acusarles después de «falsedad», como tinta de calamar que neutralice las noticias perjudiciales. Enfrente, la prensa recrea el pasado glorioso de la caída de Nixon y echa leña al fuego informativo, a fin de evitar que el presidente se consolide. Asistimos al primer experimento real en la era de la posverdad, advertida por Ralph Keyes en 2004, que, alimentada por las redes sociales, no sólo confunde la verdad y la mentira, sino que parece hacerlas irrelevantes.


Pionero de la política en esa confusa sociedad, Trump ha llegado a autoproclamarse «presidente de la era moderna». Ya era consciente de ese poder cuando preparó su lanzamiento en la televisión y se echó en brazos de Twitter, donde supera hoy los 34 millones de seguidores. En su campaña para llegar a la Casa Blanca, el «outsider» no sólo convirtió al establishment en enemigo, en un intuitivo movimiento ganador, sino que incluyó en él a los medios tradicionales, aprovechando su crisis de identidad. Tras la victoria, Trump redobló sus andanadas. Con el único respaldo de digitales como el radical Breitbart News, nacionalista y defensor de la raza blanca, y algunos presentadores de la cadena de televisión conservadora FoxNews, declaró a la prensa crítica «enemiga del pueblo americano».


Líder de Daesh


Su capacidad para embarrar el terreno de juego y manipular los mensajes iba a reforzarse con las ventajas del poder. Pero el Despacho Oval no puede con todo. Víctima de su caótica personalidad y de un equipo inexperto, Trump no ha sabido articular un modelo de comunicación eficaz. O no ha querido, quizá convencido de que el choque frontal es la mejor política.


Ayer mismo, desde Twitter, acusaba a «The New York Times» de «frustrar el intento de matar a Al Baghdadi (líder de Daesh)» en 2015, después de que la CIA presentara una queja al periódico por dejar al descubierto a uno de sus espías. Amparada o no por el propio presidente, la inédita respuesta de la Casa Blanca a la agresividad mediática ha sido impedir la presencia de cámaras de televisión en los «briefing» diarios con los corresponsales. Fue el último servicio de Spicer y otro ejemplo de una relación cada vez más envenenada, en la que raro es el día que algún columnista del Times o del Post no tilda de «loco», «ignorante» o «peligro para el mundo» al mismísimo presidente de Estados Unidos.Aunque es el que le enfrenta con CNN el choque más estruendoso. Un reciente vídeo de lucha americana tuiteado por el presidente, en el que él da una paliza a su contrincante, que luce el logo de la CNN como cabeza, ha extremado la tensión.


El presidente de CNN, Jeffrey A. Zucker, asegura que mantendrán el pulso: «No nos vamos a dejar intimidar». Eso, después de reconocer que la guerra con el presidente aporta cuantiosos réditos a la cadena. Y asumiendo que no todos sus empleados se han comportado profesionalmente. Hace poco, Zucker expulsó a dos presentadores ocasionales: uno, por llamar a Trump «pedazo de mierda»; la otra, por mostrar su simulada cabeza ensangrentada. Dos cadenas en la dianaDías después, tres reporteros se inventaron lazos del propio Scaramucci con la conexión rusa.


Doble filo


Patinazos que alimentan el argumentario del presidente para llamar a los medios deshonestos y «fake news media» («medios de noticias falsas»), un recurso con el que busca convertir la pugna en un empate infinito. La polarización social le ayuda. La última encuesta (SurveyMonkey) sitúa parejos a Trump y a CNN en fiabilidad: 43%-50%. Para los republicanos, el presidente es mucho más creíble (89%). Para los demócratas, exactamente lo contrario (91%). Aunque lo parezca por su ruidosa manera de actuar, Trump no da puntada sin hilo. Tras meses de contención en los ataques personales, recientemente cargó en Twitter contra dos presentadores de MSNBC, cadena liberal muy crítica con el presidente. En un intento de frenar su escalada, les tachó de «loca» y «psicópata». Según su versión, Mika Brzezinski y Joe Scarborough acudieron un día a su mansión de Florida para verle: «Ella estaba ensangrentada por su último estiramiento de piel». Sarah Sanders, entonces adjunta y hoy nueva portavoz en lugar de Spicer, se remitió al comentario exculpatorio de la Primera Dama, Melania: «Cuando mi marido es atacado, responde diez veces más fuerte».


En seis meses, la prensa ha contrarrestado al presidente con una lluvia de informaciones sobre la trama rusa. Los muchos aciertos se han visto empañados por errores y por el escoramiento informativo que muestra un estudio de la Universidad de Harvard. Las noticias negativas sobre Trump alcanzan el 80%, frente al 60% de la misma etapa de Bill Clinton, el 57% de George W. Bush y el 41% de Obama. Por medios, CNN y MSNBC lideran el ranking de noticias negativas, con un 93% de todas las que difundieron, seguidos por «The New York Times» (87%) y «The Washington Post» (83%).La estrategia de los dos diarios incluye una alianza sin precedentes. Su guerra por el liderazgo de audiencia digital en Estados Unidos no ha impedido el rebote mutuo de las informaciones propias.


Recientemente, un redactor del Times acudió a la redacción del Post para entrevistar a su director, Marty Baron, quien niega que «esto sea una guerra contra Trump». Los dos grandes periódicos presumen de un incremento de miles de suscriptores desde enero. Pero, en su arreón, también se dejan pelos en la gatera del desprestigio. Una reciente encuesta, encargada por medios independientes como NPR y PBS, muestra que mientras apenas el 37% de los norteamericanos confía en la Administración Trump, sólo el 30% ve fiables a los medios de comunicación.


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Escrito Por Redaccion M
Sunday, July 23, 2017
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