59 misiles Tomahawk alcanzaron el campo aéreo de Shayrat (Homs) en represalia por el bombardeo de armas químicas que el martes pasado acabó con 86 muertos, 30 de ellos niños.
La decisión de abrir fuego contra las tropas de Bachar el Asad, rechazada hasta hace pocos días por Trump, supone un giro radical en la política de Washington en Siria y abre una posible vía de conflicto con Moscú, principal valedor del régimen. Pero también lanza una advertencia a Irán y Corea del Norte: Estados Unidos, con Trump a la cabeza, está dispuesta a disparar contra quien cruce sus líneas rojas.
Trump ha hecho de la imprevisibilidad un arma. Durante años rechazó cualquier ataque a El Asad.
“¡No ganamos nada y solo nos ocurrirán cosas malas!”, llegó a tuitear en agosto de 2013 cuando Barack Obama sopesaba una acción militar en Siria tras el ataque químico que sesgó la vida a 1.400 civiles en las afueras de Damasco.
Fue una posición que mantuvo en campaña y que esta misma semana aún defendía su Administración.
“Uno escoge sus batallas y nuestra prioridad no radica en sentarnos y expulsar a El Asad”, dijo la embajadora ante la ONU, Nikki Haley.
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