“El mortero cayó en nuestra casa, justo en la sala de estar, donde estábamos sentados”, explica Nazim Hamid, que fue trasladado inmediatamente al hospital de Erbil junto a su esposa y sus cinco hijos. “Había un olor muy fuerte, era una especie de gas. Mis hijos estaban afectados, algunos sufrieron quemaduras y tenían dificultad para respirar. También sufrieron heridas de metralla”.
No es la primera vez que el Dáesh es acusado de emplear armas químicas en Irak. Hay quien teme que este tipo de ataques se incremente a medida que los yihadistas pierden terreno en el oeste de Mosul, su último gran bastión urbano en el país.
Mientras las tropas iraquíes avanzan entre trampas explosivas dejadas por los militantes del grupo Estado Islámico, decenas de miles de personas aprovechan la ocasión para escapar de la ciudad. Treinta mil en la última semana. Se estima que alrededor de 700.000 personas siguen viviendo en los barrios que todavía controla el Dáesh.
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