Viaje al doloroso origen de las curaciones: cuando existían los huesos rotos, pero no los médicos
Con un fémur fracturado que después se curó comenzó todo, y, desde humores a sangrías, los seres humanos han tratado de evitar el sufrimiento y el dolor de distintas formas
Un fémur que se fracturó y, posteriormente, sanó. Ese era, según la antropóloga y poeta estadounidense Margaret Mead, el primer signo de civilización de la humanidad. Quería decir con ello que la fractura de una pata en el reino animal implica la irremediable muerte del animal en cuestión, pues no podrá protegerse o alimentarse y se convertirá en presa fácil para el resto de criaturas. Sin embargo, algo cambió cuando un ser humano se rompió una pierna y otra persona se encargó de su cuidado, lo llevó a un lugar seguro y en definitiva le ayudó a recuperarse, dándole con ello la oportunidad de sobrevivir.
 
El Código de Hammurabi ya hace referencia a la praxis de los médicos y su modo de curar, y es que aunque desde la pandemia nosotros los hayamos tenido especialmente presentes en nuestra cotidianidad, médicos ha habido siempre. O casi siempre, aunque su trabajo haya variado mucho. Se sabe que los neandertales ya realizaban trepanaciones (volvamos de nuevo al fémur roto), pero son las distintas civilizaciones que han poblado la Tierra las que han marcado las diferencias en medicina, ahora mucho más homogeneizada. Por ejemplo, cuenta Heródoto en su Historia que en Babilonia no existían los médicos como tal.
 
 
"Sacan a los enfermos a la plaza", explicaba el historiador de Halicarnaso. "Así, los transeúntes (si alguno de ellos ha sufrido en persona un mal semejante al que padece el enfermo o si ha visto afectado de él a otra persona) se acercan al enfermo y le dan consejos sobre su enfermedad; le aconsejan y recomiendan todo cuanto ellos personalmente hicieron para recuperarse de una enfermedad semejante. Y no les está permitido pasar junto a un enfermo en silencio, sin preguntarle, antes, qué mal le aqueja". Nada que ver con la manera en la que, el mismo autor, relata cómo se curaban los antiguos egipcios. De ellos escribió: "Tienen especializada la medicina con arreglo al siguiente criterio: cada médico lo es de una sola enfermedad y no de varias. Así, todo el país está lleno de médicos: unos son médicos de los ojos, otros de la cabeza, otros de los dientes...". Algo parecido sucedió posteriormente en Roma, donde la casta médica se organizaba en médicos generales, cirujanos, oculistas, dentistas y especialistas en enfermedades del oído.
Un antiguo egipcio, tratando la migraña de un modo singular, recogido en un papiro: a base de un emplasto de hierbas y un cocodrilo de arcilla.
Tanto Mesopotamia como el Antiguo Egipto tendrían mucha influencia en el desarrollo posterior de una teoría bastante particular a nuestros ojos, aunque comúnmente aceptada durante mucho tiempo: los humores. Se le atribuye a Hipócrates generalmente la aplicación de esta idea a la medicina, que sorprendentemente es parecida a la creencia india que vinculaba al cuerpo con los elementos tierra, agua, fuego, aire y éter.
 
 
En el caso de la teoría de los cuatro humores hipocráticos, expresaba que el cuerpo humano se componía de cuatro sustancias básicas, algo así como líquidos, que debían mantenerse en equilibrio para evitar todo tipo de enfermedades, ya fueron de cuerpo o de espíritu. Fueron identificados como bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre, y autores posteriores consideraron que estos podían aumentar o disminuir en función de ciertos cambios en la dieta o la actividad física.
 
De hecho, en la Europa del siglo XVII la idea estaba tan arraigada que se creía que en función de un humor u otro, la gente podía ser físicamente muy diferente. Así pues, si tenías bilis amarilla eras probablemente una persona amargada, de mal genio y con la piel amarillenta, mientras que si tenías mayoría de bilis negra eras temeroso y enfermizo, de cabello y ojos oscuros. De cualquier forma, durante aquella época mejoró mucho la práctica, pues durante el Medievo la sociedad se había mantenido gravemente atrasada, coincidiendo con una época de terribles epidemias que asolaron a la humanidad y una mezcla de medicina y misticismo. Tuvieron que ser los árabes los que introdujeron algunas novedades de gran importancia, tales como la cura con alcohol, en Occidente.
 
 
Todo ello se encontraba mezclado a su vez con la llamada medicina heroica. Es muy difícil establecer una fecha de inicio específica de la misma, pues sus métodos de tratamiento coinciden con la teoría humoral de Hipócrates y, posteriormente, Galeno, lo que significa que durante mucho tiempo estuvo presente en mayor o menor medida. Se trataba básicamente de realizar un tratamiento riguroso de sangrías, purgas y sudoración para provocar en el cuerpo una especie de choque dramático, restaurando así su equilibrio. De nuevo, se creía que las enfermedades eran causadas por un desequilibrio humoral. La llamada era de la medicina heroica se produjo sobre el siglo XVII aproximadamente, aunque luego fue cayendo en desuso.
 

 
Sus prácticas han pasado a la historia y se han quedado en el imaginario colectivo. Las sangrías (la práctica quizá más común en la historia de la medicina) practicadas por un médico o mediante sanguijuelas también eran recomendadas desde la antigua Grecia, de hecho Hipócrates creía que la menstruación tenía la función de "purgar a las mujeres de los malos humores" e incluso el Talmud recomendaba un día específico de la semana y días del mes para practicarlas, y a veces incluso se relacionaba con los planetas y zoodiacos. Las purgas o la sudoración también eran frecuentes, y para ello se utilizaban laxantes como la senna o dosis masivas de calomelanos (que producían en algunas ocasiones una intoxicación aguda por mercurio) o cantaridina y otros diaforéticos.
 
 
Si bien algunas escuelas como la Médica Salertinana cobraron mucha importancia en Europa, la situación de la medicina fue bastante desigual. A la vez que surgían anatomistas se realizaba el llamado toque real, una forma de imposición de manos con fines curativos que realizaban los reyes de Francia y de Inglaterra durante el Antiguo Régimen, pues se creía que su coronación les confería un poder taumatúrgico que les servía para curar a sus súbditos.
Un grupo de pacientes muestra su orina a Constantino el Africano.
De la misma manera, mientras figuras como Isaac Newton o Leibniz establecían el método científico, se seguían catalogando algunas enfermedades como la diabetes en función del sabor más o menos dulce de la orina. Si bien es cierto que durante la Ilustración la figura del médico en algunas ocasiones se encontró un poco denostada (en nuestro país Quevedo se explayó contra su incompetencia y avaricia mediante la poesía), con el paso del tiempo surgieron figuras vitales para el avance de la medicina como William Harvey, que descubrió la circulación sanguínea o el inglés Thomas Sydenham, entre otros, que fueron aportando su granito de arena con pequeñas pero fundamentales contribuciones. De ninguna manera se puede denostar el trabajo de algunas mujeres como Fabiola de Roma, fundadora del primer nosocomium (establecimiento donde los enfermos reciben tratamiento médico) de Occidente, antecedente de lo que es la medicina social.
 
 
Aunque en una manera más general, la Revolución Industrial marcó un punto de inflexión: la idea cada vez más clara de que los hacinamientos en las ciudades y las consecuencias insalubres correspondientes eran los culpables de muchas enfermedades trajo consigo las irremediables y fundamentales ideas higienistas. Por ejemplo, Rudolf Virchow desarrolló lo que serían los orígenes de la medicina preventiva actual, y, por supuesto, el doctor húngaro Ignaz Semmelweis descubrió lo que para nosotros es una obviedad en 1847: que lavarse las manos puede salvar vidas.
 
Propuso que los médicos se lavaran con una solución de cloro antes y después de atender a sus pacientes, y descubrió que con estas medidas, las muertes disminuyeron. Era una época, sin embargo, en la que todavía se creía que las enfermedades se transmitían por los malos olores en el aire y tuvo que ser, tiempo después, Louis Pasteur el que tratara de convencer a los médicos de la importancia de lavarse las manos. Gracias a Robert Koch se descubrió el bacilo de la tuberculosis y el del cólera y, a partir de ese momento, se conocieron los gérmenes y las bacterias.

Quizá muchas cosas suenan a locura o magia a día de hoy, pero no hay que olvidar que prácticas como el método socrático siguen vigentes y funcionan. Tampoco que, aunque en cosa de apenas dos siglos hemos avanzado sobremanera gracias al advenimiento de las vacunas o las medidas higienistas antes mencionadas, todavía quedan muchas cosas por entender sobre el cuerpo humano.

El desarrollo de la investigación y la innovación tecnológica pretenden paliar esos desconocimientos. Quién sabe si habrá algún momento en la historia en el que, finalmente, el ser humano supere todas las enfermedades posibles y se convierta en algo así como una máquina perfecta, sin el dolor y el sufrimiento que a día de hoy nos parecen irremediables por el simple hecho de estar vivos.
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Escrito Por Redaccion
Thursday, March 23, 2023
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