En el circuito de los hospitales federales existen dos dedicados a los niños. El Hospital Infantil de México y el Instituto Nacional de Pediatría (INPer), cada uno con características propias, fortalezas y debilidades inconexas.
En esos hospitales se han generado las ideas básicas que se convierten en política pública; el elevado nivel médico es incuestionable y, sin duda, los debemos defender como instituciones, al margen de ajustes necesarios por el paso del tiempo. Fuera de estos ámbitos institucionales se encuentra la neonatología, por supuesto como consecuencia de la desintegración de nuestro sistema sanitario, en vista de que ninguno de los nosocomios que he mencionado tiene relación con la atención al recién nacido, es decir, no tienen contacto directo con ninguna unidad que atienda nacimientos.
Ese otro enorme pilar de la atención pediátrica, entonces, lo cubre desde el ámbito académico el Instituto Nacional de Perinatología, que, al contar con clínica de embarazo de alto riesgo y unidad de medicina materno fetal, atiende nacimientos.
Desde hace dos administraciones, la “perinatología”, desde el punto de vista de la salud pública, se ha contemplado como equivalente exacto de la neonatología (es decir, de la atención al recién nacido), olvidando en el calor del trabajo de la administración pública la salud materna.
Son eventos inseparables y muchas veces uno consecuencia del otro, como ejemplo menciono que para poder abatir el número de fetos que nacen prematuramente se requiere mejorar la atención a la mujer en todas sus etapas. Una adolescente o una mujer de más de 40 años están en mayor riesgo de presentar un parto prematuro, especialmente si no acuden a control del embarazo regularmente; hecho muy común en las jóvenes, que por cierto no deberían estar cursando una gestación.
Pero éste no es el único campo de la salud materna involucrado; como otro ejemplo cito el reciente desarrollo de marcadores que nos permiten predecir la preclampsia, enfermedad catastrófica que, con frecuencia, conduce al parto prematuro e, incluso, a la muerte materna.
En vista del panorama, pienso que es necesario y urgente rescatar el papel del INPer en relación a la salud materna y a todos los demás aspectos de la salud de la mujer; si bien es cierto tenemos ya un Hospital de la Mujer, aquél presenta características diferentes, que en todo caso pueden resultar complementarias.
El Instituto Nacional de Perinatología está en un momento crítico de toma de decisiones, tiene un edificio muy viejo y con muchas adecuaciones que ya no resulta funcional, alejado, además, geográficamente de todos los demás institutos, y para apostar a su futuro, este momento representa una magnífica oportunidad de mejora. Ojalá se piense seriamente en la infraestructura tan necesaria, pero también en un cambio de enfoque que abarque a la salud de la mujer como eje fundamental de análisis, sin descartar por supuesto al tema de la neonatología, pero si en algo hemos fallado como país es en la consecución del decremento en la mortalidad materna.