A esta problemática se suman la incomunicación, la depresión, la adicción a las drogas y las condiciones de los trabajadores sexuales, explica a Efe el director de la Clínica Especializada Condesa, Florentino Badial.
“¿Cómo voy a vivir mi sexualidad?, ¿Cómo voy a vivir con mi pareja?”, son algunas de las preguntas más comunes entre los pacientes, las cuales están “justificadas”, debido al comportamiento de la sociedad, apunta.
Fernando, portador del virus con tan solo 21 años, al enterarse de su diagnóstico solo preguntó: “¿Cuándo voy a morir?”.
Desde que en 1983 se registró el primer infectado por el virus en México, suman 250.761 personas que portan el VIH o han desarrollado la enfermedad, según cifras de Censida, la institución pública dedicada a la prevención y el control de este mal.
Solo en 2016 se registraron 5.145 nuevos diagnósticos de VIH en México, pero “una de cada tres personas” que viven con el virus no lo saben, señala Badial.
Por ello, llama a “fomentar el diagnóstico del virus”, así como acabar con la idea de que atender el VIH es solo tomar un fármaco, ya que existe el factor de la depresión en los portadores, dadas las fuertes presiones sociales.
“Si no atiendes la depresión, vas a tener muchos problemas” asevera el médico, quien atribuye la infección al comportamiento impulsivo y las conductas extremas de la juventud.
La adrenalina y el riesgo son adictivos, “los jóvenes tienen sexo sin el uso del condón”, aunque estén conscientes de que puede ser perjudicial para la salud.
Los pacientes de la clínica suelen ser jóvenes y aunque la comunidad homosexual presenta una alta incidencia del virus, esta no entiende de orientación sexual.
Alejandro, de 31 años, paciente y colaborador de la clínica, cuenta a Efe que antes de contraer el virus su vida “era alcohol, fiesta y más alcohol”.
“El diagnóstico cambió muchas cosas, pero llegó a destapar cosas que ya existían, como una falta de identidad”, explica el joven, quien ahora, 3 años después, disfruta “sin llegar a los extremos”.
Al enterarse, los jóvenes no suelen comunicarlo. A Alejandro le tomó un año hablarlo con sus padres. Fernando también tenía terror y se decía a sí mismo: “Si no hablo de nada con ellos, menos les voy a revelar mi diagnóstico”.
El caso de María Antonia, de 52 años, es muy distinto. Cuenta a Efe que, tras descartar varias enfermedades, finalmente descubrió que tenía Sida porque su marido le había transmitido el virus.
“Él se negó a aceptar su enfermedad” y, “una vez entró en el hospital, no volvió a salir”, recuerda.
Tras pasar dos años en los que perdió todo el cabello a causa del estrés y el miedo, María Antonia ahora convive con la enfermedad de manera tranquila.
“El 70 % de las mujeres que viven con VIH (en México) y que se atienden en la clínica adquirieron la infección en relaciones de pareja única”, afirma Badial.
Sin embargo, el perfil más común en esta clínica es el del trabajador sexual, que tiene “alto riesgo de contagio de VIH y enfermedades de transmisión sexual”.
Aunque tienen consciencia del riesgo, sucumben ante la posibilidad de ganar más dinero. Solo 100 pesos (5,7 dólares) extra ofrecidos por el cliente son suficientes para que el trabajador se exponga.
Para estos trabajadores que suelen ser de bajo nivel socioeconómico y educativo, “el dinero es inmediato”, mientras que “el riesgo es hipotético”, señala el doctor.
A través del programa Punto Seguro, la Clínica Especializada Condesa ayuda a los trabajadores sexuales, a quienes detectan en varias zonas de la ciudad, que van desde los parques hasta el metro, y “les ofrecen medicamentos y retrovirales gratuitos”.
“También les damos tarjetas” para comprar en el supermercado “cosas mínimas pero efectivas”, afirma Badial, quien alerta que las drogas alteran “las sensaciones y percepciones de la relación sexual”, aumentando “el riesgo de tener prácticas no protegidas” y, por tanto, la transmisión del VIH.