Las expectativas en las relaciones de pareja son algo muy habitual.
Tenemos una idea en mente de cómo es o tiene que ser la otra persona, albergamos determinadas esperanzas que jamás se hacen realidad.
Todo esto termina siendo el desencadenante de varios conflictos que afectan a la relación.
Así, es necesario tener en cuenta que hay 3 tipos de expectativas. Las altas expectativas, las bajas expectativas y, por último, la ausencia de las mismas.
Todas ellas tienen consecuencias en la relación de pareja.
Las altas expectativas, la chispa que enciende el conflicto
Las expectativas en las relaciones que más conocemos son las altas, esas en las que deseamos que nuestra pareja sea de una u otra manera.
Soñamos con que haga determinadas cosas, que sea de una forma u otra. El problema es que nada de lo que pensamos es realista y, probablemente, nunca se haga realidad.
¿Por qué? Porque somos demasiado exigentes.
Por ejemplo, si nos hemos enamorado de alguien que siempre pone los pies en la mesa y un día nos cansamos de aguantar este comportamiento y empezamos a recriminarlo, surgirá un conflicto.
De lo que no somos conscientes es de que la otra persona no ha cambiado. Sencillamente, desde el principio de la relación soñábamos con determinadas actitudes y cambios que, al final, no se produjeron.
Esto ocurre porque las personas no cambian y lo que soportemos y aceptemos en un principio es lo que seguirá sucediendo.
Sin embargo, nuestras expectativas nos nublan la vista y nos impiden ver lo que en realidad hay.
Las bajas expectativas, una trampa mortal
Si es negativo tener altas expectativas en una relación, tenerlas bajas aún lo es más.
En este caso, no esperamos nada de la relación ni de la otra persona y, lo más probable es que estemos sufriendo de una muy baja autoestima.
Frases como “es lo que hay”, “no se puede hacer nada”, “tengo que aceptarlo” pueden sumergirnos en relaciones destructivas, que nos hacen daño, pero a las que nos resignamos.
El gran problema de las bajas expectativas es que nos conformamos e incluso potenciamos esa baja autoestima que tenemos.
¿Cómo? Admitiendo y aprobando una situación que nos está generando un gran malestar.
No nos valoramos y podemos así admitir que a nuestro lado esté una persona que en realidad no nos ama, que nos utiliza, que nos manipula a su antojo.
Esto no es justo.
Es verdad que las altas expectativas implican exigirle demasiado a la otra persona, pero tampoco es cuestión de exigirle menos de lo que nos merecemos.
Tenemos que ser conscientes de lo que valemos y no esperar menos. De esta manera, sabremos cuándo negarnos a seguir con una relación que no nos está haciendo ningún bien.
¿Es ideal no tener expectativas?
Ante todo lo anterior puedes pensar que, entonces, lo ideal es no tener expectativas. Pero, ¿sabes qué ocurre si no la tienes? Que no sabes lo que quieres.
Saber lo que quieres es muy necesario para elegir hacia dónde encaminarte. No puedes estar en el limbo, perdido, sin tomar decisiones. Si entras en relaciones sin saber lo que quieres puedes hacer, y hacerte también, mucho daño.
Tienes que ser consciente de las altas y bajas expectativas en las relaciones y conseguir que estas se sitúen en un punto intermedio.
De esta manera, sabrás lo que quieres, pero sin tirar ni por lo alto ni por lo bajo. El equilibrio es una zona donde te sentirás muy a gusto, porque todo lo que esté ahí garantizará tu bienestar, tu felicidad y hará que te sientas muy bien.
Expectativas
Es difícil no tener expectativas, pues incluso quienes tienen relaciones esporádicas las albergan. Por ejemplo, pensar en no tener un compromiso, en solo pasarlo bien con una persona, eso ya es una expectativa.
Ser conscientes de cómo funcionan las expectativas en las relaciones, no culparnos por errores que hayamos podido cometer por no haber sabido gestionar las altas, las bajas o las nulas expectativas será muy necesario para aprender y encaminarnos hacia un lugar donde se encuentren en una zona de equilibrio.