Cumplir un siglo, y sobrepasar esa edad, ya es otra cosa. Pero ocurrir ocurre, y principalmente se debe a los hábitos de vida, aunque también se ven implicados ciertos factores genéticos.
Hay estudios de heredabilidad que estiman que llegar más allá de los cien años depende en una tercera parte de nuestros genes. Los dos tercios restantes se deben a cómo vivimos, lo cual en parte también influye en la actividad de nuestro genoma a través de las denominadas variaciones epigenéticas.
La clave para vivir 105 años puede estar en nuestros genes
La ciencia no deja de sorprendernos, y esta vez lo hace a través de un trabajo recién publicado en el que se muestra qué hay de diferente, a nivel del código genético, en personas con 105 años o más cuando se comparan con individuos sanos de 68 años de edad.
Pues bien, mediante técnicas de secuenciación del genoma en alta resolución, se han detectado cinco mutaciones genéticas en el ADN del grupo centenario. Se trata de mutaciones que principalmente afectan a dos genes (STK17A y COA1) implicados en cómo las células reparan el ADN dañado y en los procesos de oxidación y respiración celular. Ya se sabía que entre los mecanismos asociados a la longevidad están la capacidad de reparación del ADN y los procesos de estrés oxidativo. Pero en este estudio se presentan qué mutaciones en concreto están relacionadas con la longevidad.
La edad biológica y la edad cronológica
Todos conocemos a personas que, con la misma edad, tienen un aspecto más envejecido o más joven, según el caso. Y es que no es lo mismo la edad biológica que la edad cronológica.
La edad biológica se podría definir como el mejor estimador posible que permite predecir el estado de salud y la esperanza de vida de una persona. La edad cronológica es, simplemente, el tiempo que transcurre desde el nacimiento.
Hoy por hoy no existe una única molécula o parámetro fisiológico que, como biomarcador, pueda identificar de modo inequívoco la edad biológica. El envejecimiento ocurre como un efecto acumulativo complejo en el que se ven alterados múltiples y diferentes procesos moleculares, fisiológicos y cognitivos. Además, todos esos procesos tienen lugar a distintos niveles; es decir, se ven alteradas nuestras células, los tejidos, los órganos y los sistemas, y no todos del mismo modo ni al mismo tiempo.
Así pues, llegar a estimar la edad biológica requiere un abordaje también complejo que permita integrar y extraer conclusiones de la multitud de datos que hoy día se pueden obtener de los análisis de todos los procesos que se ven afectados.
Probablemente, el procedimiento más popular y fundamentado para detectar la edad biológica es el denominado “reloj de envejecimiento por metilación del ADN” o “reloj epigenético”, a partir del cual hay resultados que muestran que se puede predecir el desarrollo de enfermedades relacionadas con la edad tales como la diabetes, las alteraciones cardiacas y algunos tipos de cáncer agresivos.
Dieta y el estilo de vida para reducir en tres años la edad biológica
También es bien conocido que los hábitos de vida y el ejercicio están relacionados con vivir más y mejor.
Un estudio reciente propone que, con llevar a cabo un programa de tratamiento de sólo ocho semanas, se puede reducir en unos tres años la edad biológica. La intervención se llevó a cabo en un grupo de 43 personas con edades comprendidas entre los 50 y los 72 años, y se centró en la dieta, el sueño, el ejercicio, la relajación y suplementos como probióticos y fitonutrientes.
A través del reloj epigenético, las prácticas de alimentación y el estilo vida se reflejan en los patrones de metilación observados en el ADN. Lo que significa que estos hábitos influyen sobre la edad biológica. No obstante, sería necesario llevar a cabo estudios de mayor escala y duración para confirmar los resultados que se indican.
Envejecer con salud es posible
Las personas centenarias y supercentenarias pueden presentar y mantener capacidades cognitivas y físicas extraordinarias. Aunque depende del país, el porcentaje de personas centenarias sin demencia parece estar entre el 20% y el 55%.
Ejemplos son el de la señora de 118 años que en, un test neuropsicológico, puntuó incluso ligeramente mejor a lo largo de los 6 meses que duró la prueba. O el de la mujer de 113 años cuya puntuación en otro tipo de test era el equivalente al de adultos sanos de 60 a 75 años de edad. Cuando esta última falleció, a los 115 años, no se detectó ningún tipo de patología cerebrovascular ni ateroesclerosis significativa, y sólo una ligera cantidad de agregados que se suelen relacionar con demencias, aun no padeciendo demencia en vida.
Como se indica, un envejecimiento saludable y sin demencia es posible, incluso con la presencia de lesiones detectadas tras el fallecimiento. Por lo tanto, es necesario que se establezcan e implementen medidas e intervenciones adecuadas para estas personas tan longevas, de modo que se promueva al máximo su bienestar cognitivo, físico, social, cultural y emocional.
Dijo Santiago Ramón y Cajal que “la vejez es una enfermedad crónica, necesariamente mortal, que todos debiéramos evitar y que, sin embargo, todos deseamos”. Al menos, que envejezcamos con salud.