Lo habían rodeado con una cadena con la esperanza de que todo quedara perdido en el océano, pero no fue así. Ronald Wright, el médico forense que reconoció con esos despojos, admitió que aquellos que habían hecho esa barbaridad se habían tomado muchas molestias “para asegurarse de que nunca se encontrara el cuerpo.
Los extremos a los que llegaron para asegurarse de que no se encontrara el cuerpo marca claramente esto como un auténtico asesinato al estilo de las bandas”.
Al FBI no le costó mucho poner identidad al muerto. Se trataba de un hombre de 70 años que se encontraba en paradero desconocido desde el 28 de julio, día en el que había salido de casa de su hermana para jugar al golf.
Se llamaba Johnny Roselli y su nombre evoca a lo peor de las relaciones entre las altas esferas de Washington y el crimen organizado. Un año antes había declarado a puerta cerrada en el llamado Comité Church del Senado sobre su papel en algunas operaciones controvertidas.
A sus compañeros de la mafia no le había gustado que Roselli, quien no tenía la discreción entre sus aficiones, compareciera para contar parte de lo que sabía. Su testimonio fue secreto hasta la década de los noventa cuando por fin pudo ser desclasificado. Roselli sabía que se jugaba la vida y acabó perdiendo la partida por ser, para sus camaradas de armas, un soplón en quien no se podía confiar. Lo mejor para ellos era acabar de raíz con él.
A nuestro hombre lo llamaban “Handsome Johnny”, es decir, “Johnny el Guapo”. Le gustaba vestir bien, cuidarse, aparecer bronceadísimo y lucir el mejor corte de pelo.
Eso le hacía parecer ante los ojos de muchos algo parecido a una estrella de Hollywood, lo que más que un espejismo era un sueño que nunca alcanzó. En realidad se llamaba Filippo Sacco y había nacido el 4 de julio de 1905 en Esperia, una localidad de la región italiana de Lazio.
Cuando contaba con seis años emigró con su familia hasta Estados Unidos soñando con mejores oportunidades. Los Sacco pensaron que la tierra prometida la encontrarían en Massachusetts donde se instalaron. Pero las fortuna no les sonrió, especialmente cuando el patriarca murió en 1918. Cuatro años más tarde, Sacco fue arrestado por primera vez por contrabando de narcóticos.
Acababa de iniciar su carrera en el mundo del crimen y que, una vez fuera de la cárcel, lo llevaría a seguir delinquiendo en Nueva York y, sobre todo, en Chicago, una ciudad que en aquel momento estaba bajo el control del todopoderoso Al Capone, el espejo de muchos aprendices de mafioso. Fue allí donde dejo de ser Filippo Sacco para adoptar el nombre por el que sería conocido por policías y ladrones, un homenaje al pintor renacentista Cosimo Rosselli.
Nunca se ha podido aclarar si fue Capone o su lugarteniente Frank Nitti quien lo ordenó, pero en 1924 Roselli se fue a Los Ángeles para conseguir más ingresos para el crimen organizado.
Era su hábitat natural: hermosas mujeres, glamour, el faranduleo que tanto le gustaba y, sobre todo, dinero, mucho dinero esperando a que alguien fuera a por él. Lo único que había que hacer era llamar a la puerta de los grandes estudios y tratan de chantajear a sus principales directivos.
Se buscó una buena tapadera y la encontró asociándose con un productor llamado Bryan Foy quien trabajaba para Warner Bros y con el que ideó películas de gangsters para la Eagle Lion Studios.
Roselli se movía en aquel entonces entre Los Ángeles y Las Vegas donde ayudó a Howard Hughes en la compra de los terrenos donde edificaría su imperio en el estado de Nevada.
Pero siempre había necesidad de más, de mucho más y pronto se vio envuelto en varios escándalos que lo harían aparecer en la primera página de los periódicos. Ideó varios planes para extorsionar a estudios y a algunos de los nombres más importantes que aparecían en aquel tiempo en la gran pantalla.
Hablamos de millones de dólares, de muchísimo dinero que Roselli quería para él y sus asociados. Fue detenido y pasó una temporada entre rejas, aunque eso no le hizo perder su amistad con algunos de las más destacadas celebridades del momento en Hollywood.
Una vez fuera de la cárcel, Johnny Roselli siguió su aventura logrando que desde los casinos de Las Vegas se enviara mucho dinero a sus asociados, además de acabar como empleado de Monogram Studios, una productora de películas.
Pero las cosas empezaron a cambiar en los años sesenta cuando la dictadura de Batista en Cuba fue derrocada por un grupo de barbudos guerrilleros capitaneados por un tal Fidel Castro. Aquello supuso un duro golpe para Estados Unidos, especialmente para el crimen organizado que tenía no pocas inversiones en la isla, sobre todo en hoteles y casinos.
Para ellos, La Habana era el prostíbulo de Estados Unidos, pero con la vista buena de las autoridades de Washington. La irrupción de Castro fue un duro golpe y la mejor manera de frenar todo aquello era intentar acabar con aquel revolucionario. Fue entonces cuando se inició una extraña alianza entre el crimen organizado y la CIA.
El pegamento que enganchó todo eso se llamó Johnny Roselli y se idearon los más absurdos métodos para acabar con Castro, desde un francotirador a veneno en los puros pasando por alguna sustancia que arrasara con su frondosa barba.
Hay muchos que han afirmado que Roselli estuvo en Dallas el 22 de noviembre de 1963 y no como un simple espectador de la muerte del presidente John F. Kennedy en esa ciudad. Roselli también trabajaba como matón a sueldo de uno de los principales enemigos de Kennedy: Sam Giancana, el jefe de la mafia de Chicago. Sin embargo, no hay pruebas que demuestren que nuestro protagonista disparara contra el presidente. De hecho, él creía que todo estuvo organizado por el mismo grupo que trabajaba en la muerte de Fidel Castro. Y así lo declaró en el Senado hasta en tres ocasiones, la última a puerta cerrada.
Roselli se hizo el interesante en su confesión. Dio pistas a los investigadores sobre lo que consideraba que fue una conspiración en Dallas, además de exponer lo que había sido la guerra sucia de la CIA contra Castro con la imprescindible colaboración del crimen organizado. Muchos de los compañeros de armas del declarante empezaron a ponerse nerviosos, sobre todo cuando se filtraron algunas de las declaraciones en la comisión Church. Sus días estaban contados.
Nunca se ha sabido quiénes mataron a Roselli. La autopsia sirvió para saber que lo habían asfixiado, le habían disparado y cortado las piernas. Uno de los miembros de la comisión del Senado, Gary Hart, diría muchos años después que a Roselli lo mataron “de todas las maneras con las que se puede matar a un hombre”.
Fuente: La Razón